Entre iguales nº4


Recuperamos este texto del Sindicato de comunicaciones y servicios informáticos de Madrid (STSI) https://www.stsi-madrid.org/ de su boletín entre iguales. Mayo 2017.


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Diccionario ilustrado obrero-libega




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EL TRABAJO EN LA VISIÓN ANARQUISTA


Continuamos repasando la tradición anarquista, con el análisis de conceptos primordiales, para evidenciar el carácter inequívocamente social de las ideas libertarias; inclusive, como veremos en otra ocasión, sus vertientes más radicalmente individualistas.




Los expertos señalan los distintos sentidos que tiene la noción de trabajo, siendo uno de ellos la idea de “realización humana”. Bakunin no diferenciaba al hombre del resto de las especies y quería ver la “necesidad” de vivir trabajando como ley de vida; para el anarquista ruso, el trabajo es garante de la existencia y del desarrollo pleno del hombre. Si algo nos diferencia de los animales es nuestra inteligencia progresiva, por lo que también nuestra capacidad productiva puede serlo. El momento en que el trabajo se hace humano, para el anarquista ruso, es cuando no solo satisface las necesidades fijas y limitadas de la vida animal, sino también las necesidades sociales e individuales del ser pensante y hablante “que pretende conquistar y realizar plenamente su libertad”. Esta ingente tarea, que Bakunin define como “ilimitada” corresponde, no solo al desarrollo intelectual y moral del hombre, también forma parte del proceso de emancipación material. Esa liberación de algunas ataduras naturales (hambre, dolor, clima, dependencia del medio…) es liberación parcial del miedo inherente a la existencia animal, algo que tiene una función positiiva al actuar como motor de esa lucha perpetua. Bakunin también quería ver, como continuación a ese miedo existencial, el fundamento de la religión. Es posible, como creemos que sostienen los científicos, que seamos el mismo “animal” que hace decenas de miles de años, y aunque podamos dudar de la mejora intelectual y moral que puede haber tenido el ser humano en ciertos aspectos, el potencial para progresar en todos los ámbitos y para transformar el medio siguen siendo enormes (otra cosa, parece, la voluntad o posibilidades para hacerlo según el contexto en que nos encontremos).

Otro sentido de la noción de trabajo es el “acto de explotación”, claramente censurable para las propuestas anarquistas siempre con una idea equitativa en el horizonte. La idea de “trabajo colectivo” se encontraba en Proudhon, el cual denunciaba que esa fuerza proveniente de la labor conjunta de los trabajadores suponía un plus que nunca se reconoce en el salario. En ¿Qué es la propiedad?, recordará que el capitalista obtiene sus ganancias “porque no ha pagado esa fuerza inmensa que resulta de la unión y de la armonía de los trabajadores, de la convergencia y de la simultaneidad de sus esfuerzos”. Otra acepción del término “trabajo” podría ser la que alude a su lado optimista y “agradable”, y que puede ser muy bien acogido por la tradición anarquista. Kropotkin consideraba el bienestar como el más grande estímulo para el trabajo, si entendemos aquél como la satisfacción de nuestras necesidades físicas, artísticas y morales. El autor de El apoyo mutuo veía en el trabajador “libre”, en oposición al trabajador asalariado, el más capaz de aportar una mayor dosis de energía e inteligencia y de realizar una tarea auténticamente productiva. Resulta claro que se vincula trabajo agradable con trabajo en libertad, y un contexto de explotación con todo lo contrario. Leticia Vita, en su trabajo “Trabajo y salario” incluido en el libro El anarquismo frente al derecho, nos recuerda que la diferenciación entre trabajo manual y trabajo intelectual, y la retribución de salarios y de condiciones de trabajo al respecto, resulta una de las mayores controversias presentes en la sociedad capitalista, lo cual supone que se eluda el manual utilizando posiciones de poder. Bakunin denunciaba ya la falta de tiempo de ocio, crucial para el desarrollo en los diferentes ámbitos, de la clase trabajadora y su condena a un trabajo físicamente esforzado, que podía deteriorar la salud e imposibilitaba la armonía en otros aspectos. Kropotkin también se pronunciará en términos parecidos y mostrará el deseo de las clases humildes de escapar de ese infierno del trabajo manual (tantas veces, sin más salida aparente que convertirse en explotador). Por lo tanto, forma parte también de la tradición ácrata el romper con esa división entre trabajadores manuales y trabajadores intelectuales.

Respecto a la noción de “salario”, la visión anarquista tratará de denunciar la falta de equidad da la idea de retribución. Proudhon veía al trabajador asalariado como un deudor permanentemente insolvente, obligado a la subsistencia presente y futura a través del salario, y al propietario como un acumulador ilegitimo de un capital apropiado, que reclama el cobro también de manera perpetua. Kropotkin niega cualquier valoración monetaria del trabajo, del tipo que fuere, realizado a la sociedad; quería observar una complejidad en la sociedad industrial y una relación entre trabajo individual y colectivo, pasado y presente, que imposibilitaría dicha medición de la retribución. Es conocido que las propuestas clásicas anarquistas, a propósito de la organización económica, pasan por el mutualismo, el colectivismo y el comunismo. El mutualismo de Proudhon niega la propiedad privada, origen de la explotación y de la desigualdad, pero considera la posesión individual como la condición de la vida social; el derecho de ocupar la tierra sería igual para todos, con lo que los poseedores se multiplicarán sin que se estableza la propiedad; si el trabajo humano resulta de una fuerza colectiva, toda propiedad se vuelve colectiva e indivisible; si el valor de un producto resulta del tiempo y del esfuerzo que cuesta, los productos tienen iguales salarios; los productos se compran exclusivamente por los productos, la condición del cambio es la equivalencia (en su precio de costo), por lo que no hay lugar para el lucro y la ganancia; la libre asociación, con la premisa de la equidad en los medios de producción y la equivalencia en los intercambios, es la forma justa de organizar la sociedad. El colectivismo, sostenido por Bakunin y adoptado por la corriente antiautoritaria de la Primera Internacional, considerará que la tierra y los medios de producción deben ser comunes, pero el fruto del trabajo será retribuido entre los productores según el esfuerzo de cada uno. Por último, el comunismo libertario aspirará a suprimir cualquier forma de salario gracias a la abundancia productiva (medios de producción comunes, y también los objetos de consumo). Se niega en esta forma comunista cualquier valoración del trabajo según el costo social de la formación del trabajador (algo inviable por los diversos factores en juego) y se demanda que haya un reparto según las necesidades de cada persona.

Son tres visiones económicas diferentes, muchas veces cuestionadas desde las distintas posiciones libertarias, pero que pueden aportar elementos novedosos al día de hoy en un panorama injusto y acomodaticio. Por muchos logros que haya habido en el último siglo y medio, vivimos en un mundo que continúa actuando bajo las premisas de la explotación y del reparto sin equidad, y que continúa utilizando como motor el autoritarismo (justificado, tantas veces, en la tutela). Estas propuestas anarquistas clásicas han servido de raigambre a otras modernas como es el caso de la economía participativa, clara alternativa al capitalismo y al socialismo de mercado, promotora de consejos de productores y de consumidores, en los que cada miembro tiene voz en las decisiones. Estos mismos consejos serían los encargados de decidir la retribución de cada trabajador. Descentralización, alternancia en la tareas, ruptura con la burocracia y con la división del trabajo intelectual y manual, acceso a la participación de todos en los diversos ámbitos…, son propuestas más o menos novedosas, aunque demandan creatividad, imaginación y, sobre todo, un punto de partido equitativo y solidario.

J. F. Paniagua

http://acracia.org/el-trabajo-en-la-vision-anarquista/

Historia del Trabajo V - El postfordismo



Cerrarmos el ciclo de programas dedicados a la historia del trabajo. Y lo hacemos analizando las transformaciones del trabajo en las sociedades de capitalismo avanzado en los últimos cuarenta años.

Junto con el sociólogo Luis Enrique Alonso intentaremos describir los cambios en la organización del trabajo tras la crisis del fordismo en los años 70.
La fragmentación, la individuación de las relaciones laborales, la descentralización, deslocalización, el precariado, etc y sus consecuencias.

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Historia del Trabajo IV - El Trabajo en el nazismo




Las dictaduras fascistas que surgieron en el período de entreguerras intensificaron todos los rasgos que el trabajo había adquirido en la civilización del capitalismo, pero además aplicaron éste como un elemento normativo y coercitivo, hasta el punto de actuar como herramienta de discriminación, represión y exterminio, haciéndole adquirir una connotación inhumana como nunca hasta entonces se había experimentado. 

Junto con el historiado Alejandro Andreassi Cieri, autor de "Arbeit Macht Frei" El trabajo y su organización en el fascismo (Alemania e Italia), analizaremos las peculariades del trabajo en el fascismo, principalmente bajo el régimen nazi. Los trabajos forzados, el taylorismo, el disciplinamiento de la mano de obra...

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Historia del Trabajo III - Taylorismo y Fordismo




Continuamos este ciclo de programas dedicados al trabajo. En este tercer capítulo, recorreremos buena parte del siglo XX a través de las transformaciones en la organización del trabajo que supusieron el Taylorismo y el fordismo. 

Junto con el historiador José Babiano, recorreremos los principios e implicaciones que tuvo la organización científica del trabajo, la división de la producción en secciones separadas, en movimientos estudiados y organizados con disciplina férrea por el empresario. 
Y con la implantación de la cadena de montaje fordista, convertido el trabajador en un mero apéndice de la máquina, atado a sus ritmos y necesidades. 

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La maliciosa invención del fin de semana que todo trabajador debería conocer


La maliciosa invención del fin de semana que todo trabajador debería conocer.
¿Por qué no les damos dos días para que consuman a gusto?




El viernes por la tarde cuando sales del trabajo, de la facultad o de la escuela seguramente es el mejor momento de la semana porque es cuando empieza el fin de semana y cuando más lejos estás de volver a la rutina del lunes por la mañana. La concepción del tiempo como una flecha que avanza en línea recta fue un invento judeocristiano extraído de las santas escrituras, pero no siempre se entendió así. La cultura maya, por ejemplo, comprendía el tiempo como una rueda que vuelve tercamente a su punto de partida. Un eterno retorno.

Se impuso la noción del tiempo lineal y entonces surgieron nuevas preguntas. La Tierra gira durante 365 días y a eso lo llamamos año, ¿pero que es un día? El tiempo que tarda la Tierra en rotar sobre sí misma y una de las siete unidades que conforman la semana. ¿Semana? Cinco días laborables y dos de descanso. Descanso: derecho adquirido que empieza a desaparecer.

Desde la revolución industrial el tiempo ha sido un campo de batalla. Antes, los trabajadores seguían ritmos orgánicos, el pescador faenaba en función de las mareas, el agricultor labraba conforme a las estaciones, el ganadero respetaba el ciclo de sus animales; después llegó el progreso con su ruido de máquinas y forzó un nuevo modelo productivo: obreros hacinados en fábricas pestilentes respirando al ritmo de la industria.

Costaba más apagar una máquina que mantenerla encendida, de modo que los trabajadores, exigidos por las circunstancias, empezaron a estirar sus jornadas. El tiempo pasó a ser una mercancía, comenzó a medirse en dólares y los patrones a escamoteárselo: los relojes de las fábricas aparecían con las manecillas manipuladas, sospechosamente siempre apuntaban hacia el pasado.  

Cuando el fin de semana no era un estándar los trabajadores idearon una argucia: entre finales del XVIII y mediados del XIX, en Inglaterra, decidieron guardar el primer día de la semana con la excusa del respeto al lunes santo -se cuenta que Benjamin Franklin presumía de haber ascendido en su imprenta gracias a que aparecía los lunes-.

Hablamos de la Inglaterra de Dickens, rica en alcohol, naipes y peleas de perro. Hablamos de obreros mal pagados dispuestos a sacrificar un día de la semana con tal de darle salida a los vicios. Tiempo contra dinero, eterno dilema.

El empujón capitalista

Uno de los grandes impulsores del fin de semana es Henry Ford. Sí, el mismo Henry Ford que ideó la cadena de producción moderna y quintaesencia del capitalismo. Primero, el empresario norteamericano aumentó el salario diario en sus fábricas de 2,34 a 5 dólares al día en un claro gesto estratégico, si los empleados tenían más dinero para consumir probablemente lo invirtieran en sus coches. Doce años después, en 1926, fue aún más lejos: ¿por qué no les damos dos días de la semana para que consuman a gusto?

Ford articuló la triste contradicción que rebate nuestra libertad: mientras media población trabaja durante la semana para consumir sábados y domingos, otros venden sábados y domingo para consumir durante la semana.

Por suerte el fin de semana tiene otras motivaciones complementarias al consumismo. Desde que el tiempo es tiempo la gente necesita socializarse con sus iguales o, los más atrevidos, con su yo interno. Una de los pocos privilegios que nos quedan a este lado del planeta es regalar tus horas libres para que otro te las distribuya.

Hay una última razón más prosaica. Durante el Crac del 29 la industria comenzó a perder músculo, los empleos se precarizaron o, en muchos casos, directamente se esfumaron. El empresariado decidió entonces reducir las horas de unos y asignárselas a otros, un parche coyuntural que una y otra vez termina por abrirse camino en las economías débiles.

El formato fin de semana terminó calando hondo y acabó exportado al resto de países. En 1955 ya era común en Gran Bretaña, Canadá y Estados Unidos, mientras que en el resto de Europa seguían apostando por sábados de jornada reducida. Quince años después ningún país europeo superaba las 40 horas de trabajo semanal y tanto sábados como domingos eran religión.

Quizás el fin de semana fue un truco capitalista, pero conviene caer en él. La otra opción es bastante peor.

http://www.playgroundmag.net/food/semana-invento-capitalista-fomentar-consumo_0_1985201494.html


TOTW: Bullshit Jobs and Anarchist Integrity




How does one make a living in this world and still have some kind of integrity as an anarchist? Usually this means handling money, and often that means having a job, and most likely that job is bullshit. But of course, none of this necessarily has to be the case.

Various sub-philosophies within anarchism have been advocated for how to do this, namely Illegalism (stealing for a living), Agorism (black market businesses), Rewilding (hunting & gathering) and Communalism (living & working on communes). But even though these approaches exist, very few anarchists seem to actually practice this. And those who do practice it don't tend to do it for very long or they treat it as a kind of side-hobby to engage in on their free time off of work (i.e., that which really pays the bills).

And then on the other end of the spectrum, there are the ways of making a living that are absolutely off-limits for anarchists. Usually these are considered to be jobs in law enforcement, the military and being a prison guard. Sometimes the sphere of forbidden jobs is expanded to include anything where one is employed by a government or where one is a boss who has the ability to fire & hire other people. But even with that, there are anarchists out there who have those kinds of jobs. So the zone where one can lose one's anarchy card based on one's profession then gets to be a bit murky.

So between these two extremes, pristine revolutionary purity on the one hand and complete hypocritical douchebaggery on the other, how do we navigate life in this world dominated by capitalism and statism, maintain some sense of dignity and integrity as anarchists, and still reliably get food on our tables and keep a roof over our heads? (and once you've figured that out please put in a good job reference for us)